miércoles, 8 de abril de 2020






 AUTORRETRATO DE SALVADOR DALÍ


Había dejado crecer mi cabello y lo llevaba largo como el de una niña y, mirándome al espejo, adoptaba con frecuencia la postura y el melancólico aspecto de Rafael, a quien habría querido parecerme lo más posible. Aguardaba también con impaciencia que creciera el vello en mi rostro, para poder afeitarme y llevar largas patillas. Deseaba darme lo antes posible un «aspecto insólito», componer una obra maestra con mi cabeza. Compré un gran sombrero de fieltro negro y una pipa que no fumaba ni prendía nunca, pero que mantenía constantemente colgando a un lado de mi boca. Me asqueaba el pantalón largo, y decidí llevarlo corto, con medias y a veces bandas. Los días de lluvia llevaba un impermeable que había traído de Figueras, pero tan largo que casi llegaba al suelo. Con este impermeable, llevaba el gran sombrero negro, del cual surgía mi cabello a cada lado como crines. Me doy cuenta actualmente de que los que me conocieron entonces no exageran de ningún modo al decir que mi aspecto era «fantástico». Realmente lo era. Siempre que salía o volvía a mi habitación, formábanse grupos de curiosos para verme pasar. Y yo seguía mi camino con la cabeza alta, henchida de orgullo.




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